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Noticia

Un mundo ceteris paribus
Nicolás Albertoni

Ceteris paribus es un término que viene del latín cuyo significado es "permaneciendo el resto constante". Es de gran utilidad para la ciencia cuando se intenta estudiar el efecto de una cosa sobre otra. Ese efecto está condicionado a que "todo lo demás" se mantenga constante. Lo cierto es que detrás de ese supuesto de gran utilidad científica también se esconde algo cercano a la ficción, difícil de imaginar en la vida real: un mundo en suspenso.

 

El mundo siempre se reconoció a sí mismo en movimiento, aunque por estos días un mundo en pausa se hizo realidad. Quienes lo estamos viviendo difícilmente vamos a olvidar cuando un virus pausó al mundo entero. Y seguramente alguna vez nos tocará contarle a los que vendrán sobre lo que hoy estamos siendo testigos. Vaya uno saber cómo será la historia completa. En cualquier caso, bien vale imaginarla mientras estamos siendo parte de ella:

 

Por aquellos días todos empezamos a sentirnos un poco vulnerables ante lo invisible. La interconexión a la que habíamos llegado como humanidad hizo que el virus se propagara a una velocidad jamás imaginada. Hasta el último rincón de la tierra hablaba de lo mismo. Por momentos parecía como que todos hablábamos un mismo idioma. Muchos se cuidaban de las mismas cosas. Y los que no, eran reprendidos por no seguir los protocolos sanitarios.

 

Fue en medio de todo aquello que empezaron a florecer cosas que jamás habíamos imaginado. La mayoría de las personas empezaron a cooperar más allá de las diferencias. Nos empezamos a dar cuanta de que solo cooperando íbamos a superar aquella crisis.

 

Y pasaron cosas más llamativas aún. En medio de las ciudades, detrás del sonido de los autos, apareció el canto de los pájaros. Siempre habían cantado. Solo que nos los escuchábamos. En los balcones de varios edificios aparecieron artistas de toda índole. Cantaban y bailaban. Los demás vecinos de la cuadra escuchaban atentos y aplaudían eufóricos tras cada actuación. Nos estábamos conociendo un poco más. Aquellos rostros que por años se vieron pasar por la cuadra sin reconocerse, hoy pasaban a ser artistas y espectadores entre sí. En aquellos días también descubrimos que el contacto afectivo no siempre necesita del contacto físico. Aprendimos a abrazar fuerte sin siquiera tocarnos.

 

Siempre habíamos creído que solo avanzaríamos si nos manteníamos en movimiento. Pero aprendimos que también se puede avanzar en pausa. Empezamos a sospechar que todo estaba pasando por alguna razón más profunda. Cuánta sabiduría tenía Nietzsche al decir que ?el rocío cae sobre la hierba cuando la noche está más callada que nunca?.

 

Todo aquel movimiento en el que habíamos vivido pareció haber existido para valorar un poco más el silencio del que fuimos testigos. Empezamos a valorar el día tras conocer la existencia de la noche. 

 

En definitiva, así fue aquel tiempo de un mundo ceteris paribus. Fueron días en los que todo permaneció en estado constante. Pero la mayor sorpresa fue descubrir que en aquel estado se escondía un dinamismo enorme en el que la pausa estaba repleta de energía. Donde las distancias fueron más cercanas que nunca y los silencios se llenaron de sonidos escondidos. Las entrañas de la tierra parecieron coordinarse para recordarnos que aún existían.

 

Al poco tiempo salimos de aquella pausa y todos regresamos a lo mismo. Pero ya nada volvió a ser igual.

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