1
Gabriel Keller vio cómo Flavio se alejaba, luego del breve encuentro que habÃan mantenido en el café Sorocabana. En la reunión, el argentino le habÃa entregado el sobre con el dinero que pagaba el crimen de Rosario, un trabajo eficaz y limpio realizado por Keller y debido a un único interés: recuperar una carta que lo comprometÃa en otros dos asesinatos. El dinero era solo un detalle formal esgrimido por Flavio como prueba de la seriedad del asunto y su conformidad con el desempeño de Keller. Sin embargo, la carta comprometedora seguÃa en poder del hombre al que la negrura de la Avenida Rondeau iba tragando, y el gesto de Keller de romper otra carta que sà tenÃa –la que no le habÃa enviado a Beatriz, su vecina del edificio Valencia– era solo un acto de impotencia y desencanto. Los fragmentos de las hojas rotas volaron en la noche y Keller los vio perderse y esparcirse por el aire nocturno como pétalos de una extraña flor que en algún momento lo habÃa esperanzado.
Desde el mismo dÃa en que se mudara a ese edificio, Beatriz lo habÃa subyugado, pese a la diferencia de edad y a su condición de viudo reciente. Al principio, no habÃa aceptado que esa atracción por su vecina se vinculara con los sentimientos. Pero la inevitable proximidad y un obsesivo interés por cada movimiento que percibÃa en el apartamento de al lado llevaron a Keller a centrar su existencia en acechar, seguir, vigilar e intentar proteger a Beatriz, escamoteando el amor bajo una serie de ritos de asedio y actitudes de buen vecino.
Keller ya habÃa abandonado su empleo en una agencia de publicidad –se proponÃa vivir del capital obtenido por la venta de su casa– y dedicaba su tiempo a alimentar esa fijación por Beatriz mientras leÃa una ignota novela policial, Asesino a sueldo, que habÃa encontrado en su biblioteca.
La casualidad hizo que Keller fuera una noche al Casino del Parque Hotel para descubrir que Brentano –novio o amante de su vecina– era un jugador empedernido que podÃa descuidar a Beatriz y hacerla infeliz mediante sórdidas mentiras y miserables desaires. El encuentro con Brentano aceleró en Keller una transformación que, en lo exterior, se tradujo en afeitarse el bigote que usaba desde hacÃa más de dos décadas, perder peso y dejar crecer su cabello. Empezó a llevar una vida frugal de viudo solitario y, casi sin proponérselo, se convirtió en un hombre que deambulaba por una cornisa existencial, capaz de escuchar una voz imaginaria que suponÃa surgida de las páginas de esa novela –cuyo protagonista era Murray Sullivan– pero que, evidentemente, se originaba en el abismo que se habÃa abierto en su vida luego de que su esposa muriera de cáncer y su hijo Leonardo emigrase a la lejana Australia.
2
Matar una noche a Brentano de un balazo en la cabeza, a pocas cuadras del Casino, era para Keller el resultado de haberse fascinado con la escandalosa libertad de conciencia del asesino Sullivan. Ese pretexto absurdo fue en parte desmentido por la carta que acababa de romper y cuyos trozos el viento seguÃa esparciendo en caprichosas piruetas. La habÃa escrito en el hotel de Rosario, horas antes de ejecutar a la vÃctima del encargo de Flavio, y era la carta de un hombre enamorado.
No se habÃa animado a echarla al correo y acaso esa decisión, a la luz de su situación actual, fuera acertada. Si Brentano habÃa sido indigno de Beatriz –reflexionó Keller mientras cruzaba la calle Ejido rumbo a su barrio–, él no lo era menos. No solo habÃa asesinado a Brentano, sino que pocos dÃas después ejecutó sin miramientos a Ruben Moreira, fotógrafo y antiguo compañero del diario El Plata. La extorsión con que lo habÃa amenazado Moreira al descubrir que él era el matador de Brentano le pareció razón suficiente para llegar hasta su casa a la medianoche y dispararle a quemarropa luego de que el fotógrafo abriese la puerta.
Esa segunda muerte lo vinculó a Flavio, amigo de Moreira y poseedor de la carta comprometedora en la que el malogrado extorsionador describÃa lo que habÃa visto una noche en el Casino. Y lo que habÃa visto Moreira era a Keller disfrazado, acechando a Brentano.
El disfraz era producto de las enseñanzas de Asesino a sueldo, y el dibujo que la policÃa hizo circular corporizó al hombre que, con el extraño nombre de Milo Epstein, se suponÃa autor de dos crÃmenes que la policÃa todavÃa no habÃa podido resolver. La extorsión fallida de Moreira fue retomada por Flavio, con la diferencia de que en sus manos o en su caja fuerte la carta del fotógrafo tenÃa un poder que a Keller lo llevó, casi sin resistirse, a cometer su tercer crimen en apenas un mes.
Asà estaban las cosas y por primera vez en todo ese tiempo, Keller consideró la posibilidad de comprar un pasaje para Australia y llegar hasta Perth, donde su hijo Leonardo trabajaba de carpintero e ignoraba que su padre se habÃa convertido en un frÃo asesino. El hecho de haberle girado, dÃas atrás, el dinero producto de la venta de la casa familiar, tal vez fuera un preámbulo de lo que ahora se le antojaba la única salida.
Sin embargo, algo le decÃa que esa decisión podÃa dilatarse. La imagen de Flavio perdiéndose en la noche habÃa empezado a incomodarlo. Sencillamente, no podÃa aceptar que un perfecto desconocido lo sometiese con la amenaza de una carta guardada. Quizá él debÃa empezar a jugar las suyas.
3
Keller entró en el apartamento y por primera vez en todo ese tiempo no se detuvo frente la puerta de Beatriz para escuchar si ella estaba aún levantada o hablando por teléfono. Desde que la joven lo invitara a cenar en su casa y le contara sus planes de casamiento con un antiguo novio que regresaba desde Alemania, él habÃa logrado bloquear la atracción que sentÃa por ella. La carta no enviada simbolizaba la renuncia a ese sentimiento impropio.
En aquella cena habÃa descubierto el reencuentro de Beatriz con la estabilidad, luego de haber sobrellevado, primero, la muerte de la tÃa con la que vivÃa, y luego, la de Brentano. En ambos hechos Keller habÃa estado cerca, aunque del segundo la joven no sospechaba cuánto. Hasta le habÃa pedido a Keller que la acompañase a una entrevista en la Jefatura de PolicÃa con el inspector Tomasa para contarle lo que sabÃa sobr