PRÓLOGO
Jacqueline Woodson
Era tan necesario entonces este libro.
Es tan necesario ahora mismo este libro.
Existe un espiritual que dice: «Hay un bálsamo en Galaad que sana a los heridos. Hay un bálsamo en Galaad que cura las almas enfermas de pecado.» Para muchas de nosotras, que alcanzamos la mayorÃa de edad en los años cincuenta, sesenta, setenta y ochenta, no hubo ningún bálsamo. Andábamos por el mundo dentro de nuestros cuerpos, con sensación de vergüenza sencillamente por haber nacido con vagina y senos, caderas y muslos. No conocÃamos la extensión de esa vergüenza: dónde habÃa comenzado, en virtud de qué habÃamos llegado a conocerla. Al fin y al cabo, ¿acaso el movimiento feminista no habÃa cambiado el mundo para las mujeres? ¿No habÃamos reclamado nuestros cuerpos, nuestro ser, para luego pasar página?
Tal vez, pero...
La primera vez que leà Monólogos de la vagina, estaba en la treintena, era una madre novata con una hija pequeña. Los monólogos sobre el papel, como habÃa sucedido años antes sobre el escenario, me hicieron reÃr, llorar, bailar de alegrÃa. Pero esta vez habÃa algo más: me hicieron pensar en mi propio pasado y en el futuro de mi hija. Al leer los monólogos me di cuenta de que lo que habÃa faltado en muchas de nuestras vidas era la conversación y la celebración: celebrar las vaginas y los periodos, los pechos, los culos, los muslos sin vergüenza alguna. SabÃa que esa conversación y esa celebración iban a formar parte de la vida de mi hija, y de las vidas de muchas jóvenes de cuya educación yo formarÃa parte.
«Hay un bálsamo en Galaad que sana a los heridos.»
La primera vez que tuve la regla, deseé que desapareciera —y lo conseguà durante un año más—. De pequeña solo la conocÃa como «la maldición» y verdaderamente parecÃa una maldición tener que lidiar de pronto con mis sangrados, mi cuerpo y los cambios que este sufrÃa y que tan visibles resultaban para el mundo. Una generación más tarde, la primera vez que mi hija tuvo la regla, gritó: «¡Llama a las tÃas! ¡Esto hay que celebrarlo!»
¡Mantengamos vivas esta conversación y esta celebración!
INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN DEL VIGÉSIMO ANIVERSARIO
Eve Ensler
La primera vez que representé Monólogos de la vagina, estaba segura de que me iban a pegar un tiro. Puede que cueste creerlo, pero en aquel momento, hace veinte años, nadie pronunciaba la palabra «vagina». Ni en los colegios, ni en la televisión... ni siquiera en el ginecólogo. Cuando las madres bañaban a sus hijas, se referÃan a sus vaginas como «cositas» o «rajitas» o «ahà abajo». De manera que cuando me planté en el escenario de un diminuto teatro en el centro de Manhattan para recitar los monólogos que habÃa escrito sobre vaginas —después de entrevistar a más de doscientas mujeres—, me parecÃa estar atravesando una barrera invisible e infringiendo un tabú muy profundo.
Pero no me pegaron un tiro. Al final de cada función de Monólogos de la vagina, se formaban largas colas de mujeres que querÃan hablar conmigo. Al principio pensé que querrÃan contarme historias de deseo y satisfacción sexual, puesto que ese era el foco de una gran parte del espectáculo. Pero lo cierto es que aguardaban para contarme ansiosamente cómo y cuánd