La casa era una de esas casas de antes. Ahora estaba sobre la vereda. Pero no siempre fue asÃ. Antes —¿vio?, antes— daba a un camino que después se hizo calle. Calle con vereda de baldosas que remataba en un cordón de granito, el cordón de la vereda.
La casa venÃa de antes. En su frente se conservaba la chapa de la numeración antigua, ovalada, gris: 522. La moderna era rectangular, más grande, fondo blanco, como esmaltado, para resaltar la nueva orgullosa numeración en relieve negro: 2877.
Esa casa que ahora debÃan desalojar contenÃa todas las casas de quienes, hasta ese instante, allà vivÃan. Con avances hacia la vereda, donde un robusto plátano daba al balcón de marmolÃn cascoteado de tiempo, con el tronco herido por un clavo del que se colgaba el jaulón de Vincha Brava, el cardenal, con el que ahora don Isaac no sabÃa muy bien qué hacer porque en el lugar adonde los llevaban, pájaros no se podÃa.
A esta casa doña Rosa la llamaba «caserón» porque era ella la que la limpiaba. Eran cuatro piezas, altas, muy altas, con el piso de madera siempre en reparación, horadado por el agua, los insectos y los dÃas.
En estas casas se podÃa nacer y morir sin pasar por el hosp