
PRÓLOGO
Primer plano de mano de una niña tomada por otra mano anciana
En un lugar sagrado de mi corazón guardo la escena más acogedora de mi vida. La piel de una mano más grande que la mÃa, envolviéndome con perfume a sabidurÃa y acompañándome en mis descubrimientos. Era una mano vieja, curtida, suave. No disolvÃa la pequeñez de las mÃas en su grandeza y experticia, no intentaba ayudarme a encontrar respuestas. HacÃa crecer la confianza en mis preguntas.
Primer plano de la mano de la niña acariciando una hierba que brota del pasto
¿Cómo nacen las cosas? Me hice esta pregunta una mañana, con cinco años, tirada boca abajo después de una lluvia. Sentà profundo el aroma de la tierra y luego despegué una mejilla para quedar tendida con la nariz de costado. VeÃa con un ojo el mundo hecho mitad pasto y mitad cielo. Me sentà ese cielo y esa hierba, una partÃcula minúscula de algo mucho más grande y más poderoso que yo.
Vi moverse un insecto a contraluz hasta volar hacia el cielo. Quedó mi ojo pegado al pasto seco de verano, con eco de haber sido regado la tarde anterior, un aroma viejo a tierra de ayer mojada, pronta para resquebrajarse.
Me vi ahÃ, como ese insecto, ni sola ni acompañada, toda una con el pasto, toda una con el bicho y con ese cielo que estaba en mà y en la sombra que proyectaba mi silueta, que no era más que el mismo cielo al revés.
Mi pequeñez gigante para ese bicho y la gigantez del cielo para mÃ: todo uno, toda yo y mi pequeña existencia.
Plano abierto. Contraluz. Perfil de cuerpo de mujer embarazada con contracciones sobre sillón.
Amanecer de un 25 de diciembre. Año 2010
Eran las nueve de la mañana. El trabajo de parto comenzó a las cuatro. Algo de la ensalada rusa y el lechón de Navidad descansaba en la pileta de la cocina. La familia invitada a la velada tuvo que ser despedida enseguida de los fuegos artificiales que pintaron el cielo del barrio Palermo. Se anunciaba asà la llegada de Vicente, mi primer hijo.
AmanecÃa. Tumbada en el living, el cansancio y el sueño lograron aplastarme. El sol salÃa con fuerza, anunciando uno de los dÃas más calurosos de aquel verano. Mariana, mi comadrona, tomó mi mano y con una dulzura insospechada me dijo:
—¿A qué le tenés miedo?
No entendà la pregunta. Solo sentÃa agotamiento. No habÃa registrado la emoción hasta que ella me invitó a mirar ahÃ. Hurgué en mÃ. Abrà una puerta que tenÃa muy a mano y no sabÃa, porque contesté rápido.
—Al dolor, le temo al dolor. —Y rompà en llanto.
Agua ancestral, que venÃa de todas las mujeres de mi vida, de todos los partos de esas mujeres, de todas las veces que se abrieron para dar a luz; a pesar de sus heridas emocionales y corporales. El agua de mis ojos limpiaba en ese acto todo miedo, toda oscuridad y toda duda.
—¿SentÃs dolor ahora? —siguió.
—Tengo miedo del dolor que vendrá —respondà aún llorando.
—No falta nada… Ya estás con siete centÃmetros de dilatación.
Y como el sol que subÃa en el horizonte se abrió el agua de mi útero, mi alma y mi árbol; inundándolo todo de fuerza y confianza en mà misma.
Primer plano mano de mujer sosteniendo mano de anciano
Silencio. Goteo de suero. Mi padre se iba en la misma cama donde me trepaba de niña los domingos a pedirle que me rascara la espalda. Sus manos ya no tenÃan aquella fuerza, pero su suavidad era extrema. Brotaron palabras que nunca ensayé ni en sueños. Agradecà cada paso que dio, cada carcajada compartida, cada abrazo de los buenos. Le recordé sus viajes, su osadÃa, su valentÃa. Le di confianza para partir. Permiso. Abrà las puertas oxidadas del olvido y sentà su cuerpo alejarse. Soltó mi mano, lento, melodioso, elegante. Se fue confiado. Agradecido. Bello.
Primer plano manos de mujer sobre teclado
Escribo llevada por un viento sin capacidad de destrucción. Un calmo viento al que me subo para recorrer territorios que desconocÃa, pero intuÃa.
Me mueve la memoria de la ausencia de abrazos y relatos de abuelas. Me mueve extrañar lo que no tuve.
Me motiva la incógnita de la vida y la muerte. La magia del trayecto vital, lo que llamamos «casualidades de la vida». El misterio oculto en el dolor y el mensaje que sobrevive bajo manos curtidas que brindan alivio.
Escribo habiendo escuchado atenta la palabra de mujeres sabias, sin espÃritu redentor. Curiosa cabalgo el perfume de sus magias. Creo en el poder del alma y del espÃritu. Me rÃo de lo que creo, me rÃo de lo que creà antes de ellas. Mi mente racional se burla cada tanto mientras brotan evidencias que avergüenzan mi soberbia androcéntrica.
Claro que no fui sola. Compartà distintas etapas de este viaje con la comadrona Mariana Muslera, la periodista Carla Colman